sábado, 6 de junio de 2009

Prologo

El almuerzo había tenido su pelea, como casi siempre. Disputas sin sentido en un lugar donde la razón había desaparecido hacía tiempo. Gente que creía ser otra persona, que veía cosas ocultas, que descifraba códigos inservibles o invisibles. Algunos que sufrían pesadillas crónicas una y otra vez, u otros que miraban al horizonte perdido entre los barrotes de las ventanas, buscando algo que ya no existían. Todos tenían un destino cruel y atroz. El no recordar quienes eran ni poder llevar a cabo una vida tranquila y normal. Eran los locos de la sociedad. En algunos casos habían sido eminentes científicos o quizás grandes hombres de negocios. En otros eran simples mendigos que habían sufrido los más atroces crímenes contra el ser humano. Todos tenían sentimientos y eran presos de estos, así como de los miedos que los atenazaban e impedían cualquier desarrollo espiritual que pudiera traer consigo algo de paz. Los pasillos blancos, asi como el mobiliaron con la única excepción del televisor negro, alrededor del cual se centraban la mitad de las miradas de la sala, era una falsa ilusión de pureza y limpieza. Quizás quería transmitir tranquilidad pero solo conseguía una senación de vacío que pocos lograban llenar.
Entre todos ellos había alguien que no estaba loco. Siempre se suele pensar eso de alguien que sufre una depresión momentánea o que ha sido encerrado por un veredicto de enajenación en un juicio de asesinato. Sin embargo ese hombre no era más que un pobre diablo que no encontraba lugar en la sociedad. Sentado en un rincón, mirando a unos y a otros con cara de desquiciado, sería difícil que convenciera a nadie de la salud mental que derrochaba. En su cabeza, una y otra vez pasaban pensamientos. En aquel lugar eran los más absurdos. Algunos eran miedos, otros imágenes de recuerdos casi olvidados. Había quien no dejaba de pensar en ecuaciones matemáticaso en frases de libros famosos. Otros hacían cuentas como si siguieran en un banco y otros revivían una escena de su vida como si no existiera otra. Los conocía de memoria y sin embargo no podía acallarlos. Siempre susurraba las mismas palabras que, entre los enfermeros y médicos psiquiatras del lugar, se penaba que se debía a una esquizofrenia irreversible. Un periódico guardaba de cada ejemplar en su habitación. La noche era el momento más temido. En esas horas de oscuridad en su mente revivía cada uno de los sueñosde todos los que estaban a su alrededor y pocos eran placenteros. Daba igual que estuviese dormido o que estuviese despierto, en cualquier caso su vida era un sufrimiento. Miró hacia abajo una vez más y vio la fecha del periódico. Sus ojos se abrieron más todavía.
1 de enero de 1900. Corrió hacia una mesa poseído por un pánico que solo él podía ver. Allí había hojas y colores. Los enfermeros se acercaron pero al ver que se ponía a dibujar frenéticamente lo dejaron, pensando que había econtrado algo que hacer diferente y que no le vendría mal. Como si estuviera haciendo un lienzo mayor que aquellas ojas de folio que había sobre la mesa, las fue uniendo y su dibujo se fue extendiendo hasta convertirse en un auténtico mural. A partir de ese momento el tiempo dejó de pasar. Solo existía eso que dibujaba. Recordaba que pintor, que antaño se había dedicado a eso, antes de que comenzaran las voces y las imágenes en su cabeza. Así, una detrás de otra las ojas se fueron llenando. Cada folio que dibujaba se extendían al siguiente sin dar la impresión de que tuviera fin. Si alguien se le acercaba reaccionaba como un animal que defendiera su territorio. Aquellos dibujos se habían convertido en su vida, en algo que defendería con cada respiro. No comió ni durmió en dos días, si bie el sueño era una constante, la comida no la había perdonado. Sin embargo ahora era diferente, ahora tenía un objetivo, algo que no le dejaba vivir, si a aquello se le podía llamar vida.
Cuando finalizó, cayó al suelo envuelto en sudores. El último folio apenas lo había empezado pero los brazos y las piernas le temblaban. Espasmos incontrolados recorrían cada extremidad y conseguían que su cuerpo se arqueara y se agitara de forma que parecía que descargas eléctricas recorrían sus huesos. Enfermeros los cogieron de brazos y piernas recibiendo golpes. La fuerza con que despedía a los que trataban de ayudarles era demasiado intensa. Sin previo aviso todo cesó. Quedó extendido de pies y manos en el suelo y totalmente paralizado. Su mirada apuntaba al techo. Se diría que miraba algo. Se acercaron con miedo y alguien puso sus dedos en la carótida. No tenía pulso, había muerto.
Cuando miraron alrededor, el hospital sanitario mental había desapareció. No había rastro de enfermos, o de efermeros ni médicos. Una casa destartalada y vieja era el hogar que había tenido. Los folios que creía dibujar eran las paredes de la casa, que se habían convertido en un inmenso mural recorriendo cada habitación, cada mueble. Incluso el techo y parte del suelo formaban parte de aquel espectáculo que sobrecogía y helaba la sangre. La policía recogió el cadaver. A sus pies estaba el periódico que había desatado todo. 1 de enero de 1900. Un hombre es arrestado acusado de asesinar a una madre y a su hija.

1 comentario:

  1. vaya, impresionante, esta si que parece que va a ser buena, espero que la termines asi podre leerla.

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