martes, 11 de agosto de 2009
La gente que veo caminar.
Quisiera reflexionar sobre cosas que suceden en mi pueblo y que son difíciles de cambiar, no pretendo que rime y se rima casualidad será, pues es un tema serio que me gustaría publicar. Se trata de inmigrantes, se trata del crimen, se trata de accidentes y de la gente que pasa. Se trata de la conciencia de un ciudadano, que cree que puede saltarse a la torera cualquier ley, mandamiento, u ordenanza porque la toma en vano. En definitiva se trata de nosotros y de nadie más, porque nadie nos va a regalar nada, pero parece que lo esperamos sin cesar. No se de leyes, pero se de sentido común, no se de reglas morales, pero tengo conciencia y lógica que son las que valen. Reglas como las de no hacer a nadie lo que no quieras que te hagan, no tratar con desdén, no mirar por encima del hombro creyéndote mejor que nadie, ya que todos tenemos miserias, todos tenemos secretos, todos escondemos acequias donde se vierten los despojos, recuerdos, culpas, miedos que no queremos con nosotros, pero que nos acompañan mientras vivamos, aunque reconocerlo no queramos. Todos tenemos por que callar, y todos deberíamos pensar antes de hablar. La sinceridad no es algo que evitar, sino que medir en determinados momentos para no herir, no para sacar provecho. Si hay más negros aquí, es porque alguien los dejó pasar, si no hay empleo para todos, es porque alguien se excedió en su día. No podemos pretender desear tanto como obtuvo el vecino, no podemos pretender tener un cochazo porque esté de moda, o comprarnos la última consola. No podemos pretender que no haya crisis y al tiempo tener lujos y todos los complementos que se llevan. Solo siendo nosotros mismos, ateniéndonos a lo que necesitamos, con algún caprichillo de vez en cuando, en el momento que el sueldo lo permite, y no pidiéndo préstamos que nos ahogan para pagarlos, podremos llegar a ser algo, a prosperar en medida de lo posible. Pero sin dudarlo, si algo nos hace infelices, es querer lo que no tenemos y no valorar lo que está en nuestra mano. Cuando no se sabe para donde tirar y tomamos como rumbo, como meta, como final algo insustancial, nos encontraremos vacíos al conseguirlo, deseando encontrar otra cosa que lo sustituya. Así iremos perdidos por la vida detrás de falsas ilusiones que no tienen capacidad de dar felicidad, solo decepciones. Lo que realmente vale es lo que te logra realizar, disfrutar de los momentos que pasan constantemente rodeado de la gente que te quiere. Vivir cada instante con la persona que amas, recordar cada sueño y darle importancia. Hacer feliz a otras personas tanto como a ti mismo conseguirá que todo tenga sentido y merezca la pena lo que has vivido, para que cuando nos vayamos al otro barrio, no haya miedo ni tristeza por aquello que atrás dejamos, que cada momento sufrido merezca la pena, que cada segundo empleado no nos recuerdo que no lo hemos intentado. Así se vive y se muere sin que los remordimientos lleguen.
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