Lunas han esquivado estrellas
cayendo en la noche,
floreciendo en el cielo azul marino
tirando a azabache.
Lunas se han encendido en anocheceres,
del color del oro
para dar a luz rojos amaneceres,
sangrados y llorosos.
Lunas que han ocultado sus influencias
y numerosos quehaceres,
lunas que son divas y grandes señoras
de los mundos nocturnos
en los que perderse.
Lunas que se estremecen
y sin palabras desaparecen
cual tímida dama discreta en su muerte.
Lunas que renacen
con lenta planificación,
avisando de su futuro explendor,
de su reinado imperioso
que inalcanzable se hiergue
en el turno que le cede el astro sol.
Lunas que me guían y me influyen,
lunas que contabiliza el tiempo,
que suben y bajan mareas,
que profetizan hechos increibles
de incierta naturaleza.
Las lunas estaban antes,
las lunas siguieron después,
aún cuando ya no queden ojos
que absortos las miren,
sobrevivirán a nuestra era,
a nuestro insignificante ser.
Por eso es que las lunas
que acompañan nuestros sueños,
que reciben nuestras fiestas,
que contemplan nuestras penas
y alegrías por las arenas y aceras,
son las lunas que nos velan,
las lunas que cuando menos lo espere,
serán nuestras compañeras
en el cielo oscuro y lejano,
cuando yo me vaya,
que me lleven de su mano.
martes, 11 de agosto de 2009
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